Ciencia y Salud
Normalidad y felicidad

Sergio García Soriano es psicólogo clínico y ha cultivado una profunda comprensión de la mente humana y su interacción con la sociedad. Su experiencia se extiende a la Intervención Social y la Peritación Forense, abordando los aspectos más complejos de la psicología aplicada.
En 2018 obtuvo el premio de Comunicación del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid. Es autor de los libros “Balbuceos” y “Lluvia de verano”, e imparte talleres de bienestar.
Es socio fundador del Ateneo Escurialense y director de su Foro de Psicología, además de articulista en EFEsalud y tertuliano en medios televisivos y radiofónicos. En 2025 presentará su primer podcast de psicología. En este artículo escribe sobre normalidad y felicidad.
Normalidad y felicidad
por Sergio García Soriano
Uno de los temas frecuentes del ser humano es el querer “ser normal”. Sería feliz si pudiese…ser normal como los demás. Por ejemplo, tener una casa, ser heterosexual u homosexual, tener una pareja, casarme, un buen trabajo, que me guste el fútbol o la ópera, ser padre/madre… Son los conceptos normalidad y felicidad.
Es decir que ser una persona normal significa ajustarse a los estándares y expectativas establecidos socialmente. Una conducta es normal cuando se mantiene dentro de la media que engloba al resto de la población. Por ello, tendríamos que introducir otros términos para sustituirla, como la palabra “habitual” para describir nuestro comportamiento, y de esa manera poder entender que lo habitual en términos estadísticos no debería de tener una connotación de normalidad.
Es muy claro con las enfermedades denominadas “raras” cuando lo que se quiere decir realmente es que son “minoritarias” en términos de la población que las padece. Y puede inducir a un etiquetamiento desacertado de la persona. O cuando en las Navidades o en determinados grupos mayoritariamente de gente joven se establece que se rebasen los límites de la ingesta de alcohol o que la ingesta de alcohol sea “normal” en el ocio nocturno. ¿Por qué es lo “normal” una conducta en contra de nuestra propia salud?
El concepto de normalidad puede ser perjudicial. Ya que se mal usa en ocasiones como medidor de lo qué es o no correcto según nuestro punto de vista o el punto de vista dominante. Cuando atribuimos a una persona, conducta o cosa la característica de anormal, suele ir acompañada de sesgos negativos que hacen que veamos como anómalo situaciones que no siempre lo son y a la inversa.
Y ocasionalmente lo anómalo o no, está relacionado con lo cultural o lo familiar. En Occidente es habitual vestirse de oscuro y estar triste en los entierros por la muerte, cuando el color blanco es muy usado en las zonas orientales como Japón, y se hace un homenaje al fallecido celebrando la vida. En Mauritania (África) se hace una fiesta en los divorcios y aquí suele ser un tema desagradable de gestionar y se puede convertir en tabú hablar de ello para no molestar a quien lo está pasando.
Por ello, tendríamos que saber que el ser humano es en transformación. En el sentido que tiene que acceder a una serie de normatividades culturales impuestas y luego tiene que aceptar y desechar aquellas que le potencien o dificulten.
Cuando queremos encorsetarnos en moldes de cómo tenemos que vivir, cómo tenemos que amar o cómo tenemos que ser felices, es posible que no vivamos una vida dichosa sino impostada.
A veces sentirnos marginales fuera de la norma, dispara las enfermedades mentales como las preguntas: ¿Pero por qué no puedo encajar en el grupo de clase? ¿Pero por qué no me dan “likes” a mis post de Instagram? ¿Pero por qué mi cuerpo no se ajusta a lo esperado y sí el de mis amigas/os?
Las distinciones entre los diferentes gustos o preferencias de las personas son buenas para conocernos mejor. A uno le gusta el fútbol, a otro el rugby y a otro el teatro, uno quiere desarrollar una formación profesional y otro una carrera universitaria.
Sin embargo, cuando nos comparamos con el otro, introducimos un elemento de competición donde establezco unos patrones de “presión”. “Quiero tener más coches, más sexo, más casas que él o ella y eso me hace mejor”. Apareció la envidia restándonos felicidad. La única comparación adecuada sería la de cada uno con respecto a sí mismo. Así estaba yo hace unos años y así estoy ahora.
También existe una idea falsa de que para ser feliz en la vida hay que llegar a una “paz mental”. Sin embargo, la vida es en conflicto, el crecimiento de las personas tiene que ver con poder tolerar ciertos conflictos con los demás y consigo mismo, y uno accede a la norma a veces, a través de una rebeldía hacia sus padres valedores de la normatividad o de las generaciones anteriores valedoras de lo que tradicionalmente ha generado felicidad.
Cada generación tiene que luchar por producir sus propias normatividades o reglas, ajenas a veces, a aquellas que tuvieron sus padres o abuelos. Ser familia numerosa, tener más de 4 hijos a principios del siglo XX se veía necesario para repoblar una mermada Europa después de dos guerras mundiales y tener mano de obra barata para cultivar la tierra y al mismo tiempo se veía en la alta reproducción un signo de virilidad en los varones y en ellas, la maternidad era concebida como un destino que otorgaba una identidad en la comunidad junto al matrimonio.
Resolver la cuestión para cada uno Normalidad/Felicidad aceptando las diferencias en los demás y en nosotros mismos ayuda a tener una vida más sana.

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Ciencia y Salud
¿Compartimos rasgos psicológicos con los animales? Sí, pero a los humanos nos sobra agresividad
Estudiar el comportamiento de los animales nos ayuda a entender y responder preguntas sobre el comportamiento humano y su evolución, señala en una entrevista con EFEsalud, el catedrático de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, el biólogo Fernando Colmenares.
“Los animales -explica- tienen estados mentales, tienen emociones, tienen motivaciones, tienen un soporte psicológico para su comportamiento. Pero estos mecanismos no alcanzan la sofisticación que tienen los humanos y eso explica por qué nuestra psicología es muy distinta a la de los animales pesar de que tengamos rasgos compartidos”.
Y es que en la evolución humana los mecanismos psicológicos “se han complejizado” y la inteligencia y el comportamiento cooperativo, que nos han hecho llegar más lejos que ninguna otra especie, también nos han dotado de “un lado oscuro, inhumano y cruel”, apunta.
“Somos la única especie capaz de mostrar un comportamiento de crueldad, como puede ser la tortura o el comportamiento genocida”, según el experto, que alude a las guerras y otros conflictos entre pueblos desde el inicio de los tiempos hasta los actuales, como Gaza, Somalia o Ucrania, entre otros.
Aunque tenemos “un lado brillante y altruista”, también hay sombras: “Solo nosotros somos capaces de deshumanizar a otras personas, de etiquetarlos de tal manera que les privamos de dignidad y somos capaces de acabar con ellos”.
Agresión reactiva y proactiva
Según el etólogo, rama de la Biología que estudia el comportamiento de los animales, al comparar los modos agresivos en la especie humana con los de otras especies, tenemos en común dos formas de agresión:
- La agresión reactiva: la que surge cuando alguien se siente amenazado, cuando se defiende y, por tanto, responde con una sobrecarga emocional.
- La agresión proactiva: “Es esa reacción propia del cazador, no hay emociones más allá de conseguir un objetivo, como abatir a un depredador o derrotar a un individuo de otro grupo enemigo con el que estamos compitiendo”.
Para convivir en grupos tan complejos, los humanos han experimentado un proceso, la autodomesticación: desarrollar un incremento de la tolerancia entre los individuos del grupo y una rebaja del comportamiento agresivo del tipo reactivo.
“Nos hemos amansado pero, fundamentalmente, para facilitar la cohesión dentro de nuestro grupo”, indica Fernando Colmenares.
Sin embargo, lo que no se ha rebajado en la historia evolutiva del hombre es la agresión proactiva, “la que se acomete con la cabeza fría”.
“Cuando competimos con individuos de otros grupos, que no comparten nuestros valores culturales y consideramos que no son como nosotros, somos capaces de demostrar comportamientos extraordinariamente violentos “, apunta.
Y a pesar del desarrollo y de la civilización, en esa agresión proactiva “hemos evolucionado muy poco”.

La importancia de la empatía
El catedrático pone el ejemplo de la empatía “como un mecanismo que frena el comportamiento violento hacia otros individuos, es decir, sentir compasión”.
Pero las investigaciones demuestran que la empatía es vulnerable y que podemos carecer de ella desde el momento en que no identifiquemos al alguien como parte de nuestro propio grupo.
“Todavía hay muchos mecanismos que van por detrás en la evolución de la especie y que imposibilitan que aquello que tenemos tan positivo y que nos hace tan humanos, en realidad sean mecanismos aún muy vulnerables a situaciones ambientales en las que nosotros podamos justificar no ser empáticos y, de hecho, ser violentos“, resalta.
Pero incluso dentro de un mismo grupo, personas “que no son del mismo género o sexo” pueden ser vistos como enemigos y activarse “comportamientos vejatorios, violentos y coercitivos”, como ocurre por ejemplo con la violencia machista o la homofobia.
Control cerebral
La evolución también ha sido biológica y hemos desarrollado un cerebro que permite a los humanos tener más mecanismos de control.
“Un control extra que inhiba respuestas que se consideran inadecuadas en una sociedad civilizada y que no tienen otras especies. Así y todo, hay estímulos que hacen que esos mecanismos fallen y terminemos por justificar moralmente un comportamiento que en otras condiciones sería inadmisible”, argumenta Fernando Colmenares.
¿Y la psicología de nuestras mascotas?
El etólogo explica que los animales que hemos domesticado, las mascotas que conviven con nosotros, “son el resultado de la selección artificial” de las personas.
“Hemos seleccionado en cada generación qué características queríamos que tuvieran para que nuestro bienestar personal y egocéntrico fuera maximizado. Solamente dejábamos que se reprodujeran aquellos que eran más dóciles, aquellos que respondían a nuestras expectativas, a nuestros deseos. Es decir, nos rodeamos de animales, de mascotas que hacen que nuestras vidas sean más felices”.
Y esas mascotas “son más competentes psicológicamente para entender nuestras señales que los chimpancés que, biológicamente, están más cercanos a nosotros”, asegura.

Pero insiste en la diferencia psicológica entre humanos y animales y en eso se distancia de la etóloga Jane Goodall, fallecida el pasado 1 de octubre, famosa por sus investigaciones con primates.
“Merece ser reconocida y honrada por su contribución a esa cosmovisión que enfatiza el respeto por el resto de las formas de vida y por el bienestar de los animales no humanos, y que apela a nuestra conciencia para luchar por la conservación de la biodiversidad”, apunta.
Sin embargo, el catedrático de Psicolobiología de la Universidad Complutense precisa: “Ella defendió una visión en la que los animales sienten sus emociones como las sentimos los humanos, que sus funciones mentales son como las nuestras, en particular las de los chimpancés”.

EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON
Considera que “este antropomorfismo radical en realidad fue antropocéntrico y Disneysiano”, en relación a los dibujos de animales de Walt Disney, “ya que trata a los animales no humanos como si fueran versiones prácticamente idénticas de nuestra especie. Y justificar la defensa de los no humanos a que son como nosotros es sin duda un argumento antropocéntrico”.
“Pero -concluye Fernando Colmenares- hay muy poca base científica para afirmar que los mecanismos psicológicos que explican nuestro comportamiento son los mismos que explican comportamientos funcionalmente parecidos de otras especies”.
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Ciencia y Salud
¿No usas gafas de sol? Te expones a muchos riesgos, desde cataratas hasta tumores
Hace unos días el futbolista del Atlético de Madrid Marcos Llorente defendió, en unas declaraciones a la Cadena COPE, el uso de gafas con cristales amarillos para proteger la visión en interiores, pero, a pesar de los riesgos que entraña, también aseguró que no usaba gafas de sol en la calle porque “no dejan que entren los rayos necesarios”.
“Yo no llevo nunca gafas de sol, ni se deberían llevar”, aseguró el futbolista, que ya en otras ocasiones ha hecho manifestaciones polémicas, como su defensa del callo solar.

La evidencia científica
Desde la Sociedad Española de Oftalmología (SEO), el doctor José Antonio Gegúndez subraya a EFEsalud que los riesgos de la exposición al sol sin protección en los ojos “son muchos”.
“La mayor incidencia de cataratas, de degeneración macular, y con la exposición a largo plazo la aparición de tumores a nivel de la superficie ocular”, afirma el oftalmólogo, quien es el secretario general de la SEO.
No es que sea la causa, especifica el doctor, pero sí “es un factor desencadenante de este tipo de patologías”.
¿Y qué les ocurre a los ojos con la exposición solar sin protección? Según explica el experto, por estar en la calle unas horas, días o un mes sin gafas de sol cuando hay luz solar “no va a pasar nada” en esos momentos porque los riesgos son a largo plazo, cuando pasan los años.
“Los riesgos acumulados son sobre múltiples estructuras del ojo, desde la superficie y pueden favorecer la aparición de determinadas neoplasias”, añade Gegúndez.
El no llevar gafas de sol también puede acrecentar los síntomas del ojo seco.
Aclara que, en ocasiones, si la incidencia del sol es muy intensa, sobre todo cuando se refleja en una superficie muy clara, como la nieve, tener los ojos expuestos aunque sea por poco tiempo puede causar dolorosas lesiones en la córnea, como queratitis inflamatoria, fruto de los rayos ultravioleta.

¿Siempre?
“No digo que se utilicen gafas de sol a todas horas en exteriores pero sí a determinadas horas del día, en determinados periodos estacionales, en determinadas latitudes, donde la incidencia de los rayos de luz es muy vertical y puede producir unos efectos más intensos”, expone el secretario general de la SEO.
Las gafas de sol homologadas, con filtros ultravioleta adecuados, son una medida preventiva “totalmente aconsejable” para evitar riesgos y proteger la salud de los ojos.
“Eso es algo que siempre lo defenderemos y así se lo transmitimos a la gente, que lo sepa bien”, destaca Gegúndez, quien además insiste en que cada uno “tiene que hablar de lo que sabe” y que las manifestaciones del futbolista del Atlético “carecen de fundamento y de evidencia científica“.
Gafas amarillas
Sobre la defensa de Llorente de las gafas con cristales amarillos, el oftalmólogo indica que se trata de una “excentricidad”.
Abunda el secretario general de la SEO en que las gafas con filtro amarillo se utilizan en personas con degeneración macular con muy baja visión para que tengan un mejor contraste y vean algo mejor de lo que ven.
También son útiles para aquellos jóvenes con distrofia retiniana, como una retinosis pigmentaria, porque aumentan la sensibilidad al contraste y les pueden permitir, dentro de lo mal que ven, intuir las formas.
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Ciencia y Salud
No ver la televisión mientras comen y otras ventajas del comedor del cole, según un informe

Ipsos ha llevado a cabo este estudio en colaboración con la Sociedad Española de Nutrición y la Universidad Politécnica de Madrid, a través de su grupo de investigación en Alimentación, Nutrición, Ejercicio y Estilo de Vida Saludable (ImFINE). El objetivo: una radiografía de la alimentación de niños y jóvenes y del uso de los comedores de los colegios.
Tal y como informa la propia Ipsos en nota de prensa, este trabajo lo han coordinado el doctor Rafael Urrialde, doctor en Ciencias Biológicas y experto universitario en Ciencias Ambientales por la Universidad Complutense de Madrid, y la doctora Marcela González-Gross, catedrática de Nutrición y Fisiología del Ejercicio en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte-INEF de la Universidad Politécnica de Madrid.
En él se han constatado una serie de diferencias de consumo relacionadas con los lugares en los que comen los chicos y chicas, si en el comedor del colegio o en sus domicilios.
Para ello, analiza seis momentos de consumo diario de alimentos y bebidas. Señala Ipsos que esta información es crucial para el desarrollo de estrategias y proyectos que respondan a las necesidades reales de niños, niñas y jóvenes.
Principales resultados del estudio
Tras realizar el estudio estos fueron los resultados obtenidos:
1- Uso del comedor escolar como condicionante del comportamiento alimentario. Según el informe, que fue presentado hace unos días en Madrid, el comportamiento alimentario es muy diferente entre el grupo de 6 a 11 años y el de 12 a 17. En el primero es más habitual que coman en el colegio, no así en el segundo. Así que sería en la población desde los 6 años donde el comedor escolar ejerce una función más clara de condicionante.
2- Cantidad de consumo e ingesta de nutrientes que un menor tiene a lo largo del día. Se observa que los niños que realizan las principales comidas del día en el colegio son los que realizan cinco ingestas diarias, específicamente un 81% frente a un 73%.
3- Número de comidas al día: entre las franjas de edad, además, se aprecia como a medida que van creciendo, los niños reducen los momentos de consumo de alimentos y bebidas: un 84 % de los más pequeños realizan cinco diarias, pero en el grupo por encima de los 12 años es un 66 %.
“Esta diferencia se debe principalmente a la supresión del momento de consumo de media mañana y de la merienda entre los más mayores”, señala el estudio.

En cambio, en cuanto a un posible sexto consumo, el que ocurre antes de acostarse, es más habitual en el grupo de los mayores. Así, un 17 % de los mayores de 12 años que asisten al comedor escolar ingieren algo antes de acostarse, en comparación con el 9 % de los que no lo hacen.
Urrialde recalca en este sentido, en declaraciones recogidas por el comunicado de Ipsos, que “ha sido una sorpresa descubrir que el 30 % del grupo total consume algo antes de acostarse”.
“Creemos que este dato debería ser menor. Es algo que debemos analizar porque no sabemos si es realmente necesario este momento de consumo, y cuál puede ser su relación sobre los índices de soprepeso u obesidad”, incide.
4- No existen grandes diferencias en cuanto a la percepción sobre su propia alimentación. El 48 % de los niños pequeños considera que llevan una alimentación sana; de la misma forma, el 45 % del grupo de los mayores piensan que su alimentación también es buena, sin grandes diferencias en este caso entre quienes acuden o no al comedor.
La televisión y la influencia del estilo de vida
El consumo de televisión desempeña un papel destacado en el estudio porque, por regla general, los niños, mientras comer, ven la televisión.
En concreto, un 29 % de menores españoles ven la tele todos los días en casa en cada comida, un dato que baja levemente hasta el 27 % entre los de 6 y 11 años, pero que sube hasta el 32% en los mayores. A su vez, casi el mismo porcentaje (28 %) dice que nunca come con la televisión encendida.
Urrialde aconseja no ver la televisión durante las comidas “en ningún caso”. “Lo ideal es que no haya pantallas, sino diálogo, pausa y disfrute de la comida y del tiempo compartido, elementos esenciales incluidos en la base de la pirámide de la Dieta Mediterránea”.

Según remarca el especialista, “resulta sorprendente comprobar cómo en el comedor escolar los niños aprenden a comer sin pantallas, pero ese hábito se pierde en casa al encender la televisión”. González-Gross insiste: “Hay que trasladar el mensaje de comida sin pantallas”.
La importancia del deporte
Otro aspecto en el que se detiene el estudio es en la práctica de deporte. El mayor impacto se observa en el grupo de 6 a 11 años, donde el 80 % de los niños que usan el comedor escolar practican deporte frente al 68% de los que no.
En los mayores, esta diferencia es menor, 79 % frente a 72 %, pero sigue favoreciendo a quienes comen en el colegio, sugiriendo que la conciencia sobre hábitos alimentarios educativos podría influir en los estilos de vida.
“Las conductas saludables tienden a reforzarse entre sí. Quienes practican actividad física con regularidad muestran menor tendencia al consumo de tabaco o alcohol y mantienen una alimentación más equilibrada”, señala González-Gross. “Son también más receptivos a comprender que la salud no depende de un solo hábito, sino del conjunto de todos ellos”, concluye.
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