Ciencia y Salud
Diálogo interno: conviértelo en tu mejor amigo

“Tu diálogo interno es lo que te dices a ti mismo, lo que te cuentas sobre lo que eres y lo que eres capaz de hacer. Esas conversaciones que mantenemos con nosotros mismos son las más importantes que tenemos a lo largo de nuestra vida”, señala Alba Cardalda, que explica las características y repercusiones de este diálogo en su libro ‘Cómo dejar de ser tu peor enemigo’.
La autora de la web mipsicoterapiaonline es psicóloga experta en psicoterapia cognitivo-conductual, terapia breve y estratégica y en neuropsicología, y comparte consejos para mejorar el bienestar diario de sus seguidores, a través de sus canales en las redes sociales.
“Algunos estudios han demostrado que en nuestro fuero interno nos decimos alrededor de unas cuatro mil palabras por minuto y si las dijéramos en voz alta tardaríamos una hora aproximadamente. Podemos decirnos alrededor de tres millones y medio de palabras en una sola jornada”, señala.

Para Cardalda, “son muchas palabras, que tienen una gran influencia sobre lo que nos pasa, la vida, el mundo, la gente y nosotros mismos, y que, dependiendo de cómo sean, pueden convertirse en una voz amiga, comprensiva y que nos ayude a crecer o en una voz infernal, cruel y que nos haga dudar continuamente de nuestras capacidades”.
Hablando con nuestra propia mente
Explica que “la interpretación que hace nuestra mente de lo que ocurre a nuestro alrededor, o puede ocurrirnos, en la que intervienen nuestras creencias, experiencias, conocimientos, emociones, ideas y pensamientos constituye nuestra vida interior y se expresa por medio de soliloquios o diálogos internos”.
“Lo que recreamos mentalmente con nuestro diálogo interno es la causa del 90 por ciento de nuestras ansiedades, obsesiones y preocupaciones, y aunque después no ocurra nada de lo que hemos imaginado, ya hemos sufrido como si hubiera ocurrido en realidad”, advierte.
“En multitud de ocasiones no es lo que nos pasa en sí lo que nos aflige, sino cómo nuestra mente nos cuenta esa experiencia o cómo esta imagina qué puede ocurrir en un futuro”, señala.
Por otro lado, “nuestra habla interior también dictamina lo que pensamos sobre nosotros mismos, los demás y el mundo; determina nuestra autoestima y la toma de decisiones; influye en nuestras actitudes y en cómo afrontamos la vida; condiciona la forma en la que nos relacionamos con los demás e impacta directamente sobre cómo nos sentimos”, puntualiza.
“Nuestro diálogo interno es una herramienta muy poderosa que moldea nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos, para bien o para mal. A través de esa voz, nos juzgamos, criticamos, culpabilizamos y exigimos más que lo que le permitiríamos a cualquier otra persona”, recalca.
Sin embargo, podemos cambiar la forma en la que nos hablamos, según esta psicóloga.

Cambia tu diálogo interno
“Aunque a menudo parezca un monólogo inamovible, la realidad es que tenemos la capacidad de cambiar estas voces internas a través de estrategias psicológicas”, señala Cardalda, que en su nuevo libro describe “qué podemos hacer para que esa voz se convierta en nuestra mejor guía y amiga”.
Explica que un diálogo interno muy frecuente que encuentra en su consulta, es el de una persona que, al cometer un error o después de un fracaso, se dice a si misma (consciente o inconscientemente) mensajes como: “No soy suficiente”, “Todo lo que hago me sale mal” o ” Soy un fracaso” .
“Este tipo de pensamientos tienden a ser automáticos y muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de ellos. La persona se juzga duramente y de manera desproporcionada exagerando la gravedad de sus errores y minimizando sus logros”, señala.
Es el caso de “una persona, que tras haber cometido un error en una presentación en su ámbito laboral, en lugar de reconocer que fue un fallo menor en un contexto global positivo, se queda atrapada en pensamientos como “todos van a pensar que soy incompetente” o “me van a despedir”, ejemplifica.
Este tipo de diálogo interno es devastador para la autoestima y, desde una perspectiva neuropsicológica, refuerza circuitos cerebrales asociados al estrés, la ansiedad y la activación de la amígdala, una parte del cerebro responsable de la respuesta de miedo y alerta, según esta psicóloga.

“Con el tiempo, si este tipo de diálogos no se corrigen, pueden crear patrones de pensamiento que afectan tanto a la salud mental como al bienestar físico, generando problemas como insomnio, fatiga o tensión muscular”, enfatiza.
“Es importantísimo cambiar este tipo de diálogo interno que nos convierte en nuestro peor enemigo, para poder tener una relación más sana con nosotros mismos”, señala Alba Cardalda.
Cinco pasos para cambiar el rumbo mental
“La buena noticia es que, con la práctica, podemos reestructurar esos pensamientos, aplicando estrategias tanto desde la psicología cognitivo-conductual como desde la neuropsicología para modificar esos circuitos cerebrales negativos”, apunta.
Señala que el proceso consiste básicamente en “primero identificar qué te estás diciendo; seguidamente analizarlo y cuestionarlo; después reformularlo de una forma más constructiva y, finalmente, recordar repetir este procedimiento tantas veces como haga falta para ir sustituyendo esos patrones de diálogo negativo por unos más positivos”.

Para ampliar estos conceptos, Alba Cardalda describe los 5 pasos que debemos dar para convertir nuestros ‘pensamientos enemigos’ en ‘pensamientos amigos’.
1. Detecta el pensamiento adverso
“El primer paso consiste en identificar los pensamientos negativos y hacernos conscientes de que nos estamos hablando de una manera cruel o demasiado dura”, plantea.
“A veces esos pensamientos son automáticos y no nos damos cuenta de ellos. Por eso es importante detenernos y reconocer los mensajes que nos decimos, del estilo ‘No valgo para esto’ o ‘Siempre lo hago mal’ “, explica.
Para esto pueden ser útiles las técnicas de ‘mindfulness’ (atención plena), que nos ayudan a observar nuestros pensamientos sin juzgarlos, así como escribir lo que pensamos, según esta autora.
2. Cuestiona la validez de ese pensamiento
Una vez identificado el pensamiento adverso, “podemos hacernos preguntas como ¿es verdad que todo lo hago mal? En la mayoría de los casos, la respuesta será que no”, señala. Quizá hayamos cometido un error en una presentación en el trabajo, pero ¿realmente todo salió mal? Probablemente no”, recalca.
“Al analizar la cuestión de forma más objetiva, nuestro cerebro activa áreas como la corteza prefrontal, encargada de la reflexión y la toma de decisiones racionales, en lugar de poner en marcha la amígdala, que se activa cuando estamos en modo de ‘alerta’ emocional”, sostiene la psicóloga.
3. Reformula el diálogo interior
“Después de cuestionar el pensamiento negativo, el siguiente paso es reformularlo. En vez de decirnos ‘soy un fracaso’, podemos decirnos ‘he cometido un error, pero eso no define mi capacidad general’”, propone.
Señala que “este cambio de enfoque empieza a crear un nuevo circuito neuronal más positivo, activando áreas del cerebro relacionadas con la autocompasión y la regulación emocional”.
4. Practica la autocompasión
Tratarnos a nosotros mismos con amabilidad es esencial para construir una voz interior que sea nuestra mejor aliada, destaca.
“Si cometemos un error, podemos pensar en cómo le hablaríamos a una amiga que estuviera en nuestro lugar. En vez de ser nuestro peor enemigo, podemos convertirnos en nuestra mejor guía, dándonos el apoyo que necesitamos”, señala.
Añade que repetirnos frases como “estoy aprendiendo y el error es parte del proceso de aprendizaje” son formas de autocompasión que ayudan a regular nuestro sistema emocional y refuerzan circuitos neuronales asociados a emociones más agradables.
5. Repite el procedimiento con constancia
“La neurociencia nos enseña que nuestros cerebros son maleables. Es lo que llamamos neuroplasticidad. Sin embargo, para crear un nuevo camino neuronal, es necesario repetir un proceso mental muchas veces”, subraya Alba Cardalda.
“Cada vez que reformulamos un pensamiento negativo y lo convertimos en uno más constructivo, estamos fortaleciendo el nuevo circuito neuronal. Al principio puede ser difícil, pero con la práctica, los pensamientos más amables y ‘amigos’ comenzarán a aparecer de manera más automática”, concluye.
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Ciencia y Salud
¿Compartimos rasgos psicológicos con los animales? Sí, pero a los humanos nos sobra agresividad
Estudiar el comportamiento de los animales nos ayuda a entender y responder preguntas sobre el comportamiento humano y su evolución, señala en una entrevista con EFEsalud, el catedrático de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid, el biólogo Fernando Colmenares.
“Los animales -explica- tienen estados mentales, tienen emociones, tienen motivaciones, tienen un soporte psicológico para su comportamiento. Pero estos mecanismos no alcanzan la sofisticación que tienen los humanos y eso explica por qué nuestra psicología es muy distinta a la de los animales pesar de que tengamos rasgos compartidos”.
Y es que en la evolución humana los mecanismos psicológicos “se han complejizado” y la inteligencia y el comportamiento cooperativo, que nos han hecho llegar más lejos que ninguna otra especie, también nos han dotado de “un lado oscuro, inhumano y cruel”, apunta.
“Somos la única especie capaz de mostrar un comportamiento de crueldad, como puede ser la tortura o el comportamiento genocida”, según el experto, que alude a las guerras y otros conflictos entre pueblos desde el inicio de los tiempos hasta los actuales, como Gaza, Somalia o Ucrania, entre otros.
Aunque tenemos “un lado brillante y altruista”, también hay sombras: “Solo nosotros somos capaces de deshumanizar a otras personas, de etiquetarlos de tal manera que les privamos de dignidad y somos capaces de acabar con ellos”.
Agresión reactiva y proactiva
Según el etólogo, rama de la Biología que estudia el comportamiento de los animales, al comparar los modos agresivos en la especie humana con los de otras especies, tenemos en común dos formas de agresión:
- La agresión reactiva: la que surge cuando alguien se siente amenazado, cuando se defiende y, por tanto, responde con una sobrecarga emocional.
- La agresión proactiva: “Es esa reacción propia del cazador, no hay emociones más allá de conseguir un objetivo, como abatir a un depredador o derrotar a un individuo de otro grupo enemigo con el que estamos compitiendo”.
Para convivir en grupos tan complejos, los humanos han experimentado un proceso, la autodomesticación: desarrollar un incremento de la tolerancia entre los individuos del grupo y una rebaja del comportamiento agresivo del tipo reactivo.
“Nos hemos amansado pero, fundamentalmente, para facilitar la cohesión dentro de nuestro grupo”, indica Fernando Colmenares.
Sin embargo, lo que no se ha rebajado en la historia evolutiva del hombre es la agresión proactiva, “la que se acomete con la cabeza fría”.
“Cuando competimos con individuos de otros grupos, que no comparten nuestros valores culturales y consideramos que no son como nosotros, somos capaces de demostrar comportamientos extraordinariamente violentos “, apunta.
Y a pesar del desarrollo y de la civilización, en esa agresión proactiva “hemos evolucionado muy poco”.

La importancia de la empatía
El catedrático pone el ejemplo de la empatía “como un mecanismo que frena el comportamiento violento hacia otros individuos, es decir, sentir compasión”.
Pero las investigaciones demuestran que la empatía es vulnerable y que podemos carecer de ella desde el momento en que no identifiquemos al alguien como parte de nuestro propio grupo.
“Todavía hay muchos mecanismos que van por detrás en la evolución de la especie y que imposibilitan que aquello que tenemos tan positivo y que nos hace tan humanos, en realidad sean mecanismos aún muy vulnerables a situaciones ambientales en las que nosotros podamos justificar no ser empáticos y, de hecho, ser violentos“, resalta.
Pero incluso dentro de un mismo grupo, personas “que no son del mismo género o sexo” pueden ser vistos como enemigos y activarse “comportamientos vejatorios, violentos y coercitivos”, como ocurre por ejemplo con la violencia machista o la homofobia.
Control cerebral
La evolución también ha sido biológica y hemos desarrollado un cerebro que permite a los humanos tener más mecanismos de control.
“Un control extra que inhiba respuestas que se consideran inadecuadas en una sociedad civilizada y que no tienen otras especies. Así y todo, hay estímulos que hacen que esos mecanismos fallen y terminemos por justificar moralmente un comportamiento que en otras condiciones sería inadmisible”, argumenta Fernando Colmenares.
¿Y la psicología de nuestras mascotas?
El etólogo explica que los animales que hemos domesticado, las mascotas que conviven con nosotros, “son el resultado de la selección artificial” de las personas.
“Hemos seleccionado en cada generación qué características queríamos que tuvieran para que nuestro bienestar personal y egocéntrico fuera maximizado. Solamente dejábamos que se reprodujeran aquellos que eran más dóciles, aquellos que respondían a nuestras expectativas, a nuestros deseos. Es decir, nos rodeamos de animales, de mascotas que hacen que nuestras vidas sean más felices”.
Y esas mascotas “son más competentes psicológicamente para entender nuestras señales que los chimpancés que, biológicamente, están más cercanos a nosotros”, asegura.

Pero insiste en la diferencia psicológica entre humanos y animales y en eso se distancia de la etóloga Jane Goodall, fallecida el pasado 1 de octubre, famosa por sus investigaciones con primates.
“Merece ser reconocida y honrada por su contribución a esa cosmovisión que enfatiza el respeto por el resto de las formas de vida y por el bienestar de los animales no humanos, y que apela a nuestra conciencia para luchar por la conservación de la biodiversidad”, apunta.
Sin embargo, el catedrático de Psicolobiología de la Universidad Complutense precisa: “Ella defendió una visión en la que los animales sienten sus emociones como las sentimos los humanos, que sus funciones mentales son como las nuestras, en particular las de los chimpancés”.

EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON
Considera que “este antropomorfismo radical en realidad fue antropocéntrico y Disneysiano”, en relación a los dibujos de animales de Walt Disney, “ya que trata a los animales no humanos como si fueran versiones prácticamente idénticas de nuestra especie. Y justificar la defensa de los no humanos a que son como nosotros es sin duda un argumento antropocéntrico”.
“Pero -concluye Fernando Colmenares- hay muy poca base científica para afirmar que los mecanismos psicológicos que explican nuestro comportamiento son los mismos que explican comportamientos funcionalmente parecidos de otras especies”.
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Ciencia y Salud
¿No usas gafas de sol? Te expones a muchos riesgos, desde cataratas hasta tumores
Hace unos días el futbolista del Atlético de Madrid Marcos Llorente defendió, en unas declaraciones a la Cadena COPE, el uso de gafas con cristales amarillos para proteger la visión en interiores, pero, a pesar de los riesgos que entraña, también aseguró que no usaba gafas de sol en la calle porque “no dejan que entren los rayos necesarios”.
“Yo no llevo nunca gafas de sol, ni se deberían llevar”, aseguró el futbolista, que ya en otras ocasiones ha hecho manifestaciones polémicas, como su defensa del callo solar.

La evidencia científica
Desde la Sociedad Española de Oftalmología (SEO), el doctor José Antonio Gegúndez subraya a EFEsalud que los riesgos de la exposición al sol sin protección en los ojos “son muchos”.
“La mayor incidencia de cataratas, de degeneración macular, y con la exposición a largo plazo la aparición de tumores a nivel de la superficie ocular”, afirma el oftalmólogo, quien es el secretario general de la SEO.
No es que sea la causa, especifica el doctor, pero sí “es un factor desencadenante de este tipo de patologías”.
¿Y qué les ocurre a los ojos con la exposición solar sin protección? Según explica el experto, por estar en la calle unas horas, días o un mes sin gafas de sol cuando hay luz solar “no va a pasar nada” en esos momentos porque los riesgos son a largo plazo, cuando pasan los años.
“Los riesgos acumulados son sobre múltiples estructuras del ojo, desde la superficie y pueden favorecer la aparición de determinadas neoplasias”, añade Gegúndez.
El no llevar gafas de sol también puede acrecentar los síntomas del ojo seco.
Aclara que, en ocasiones, si la incidencia del sol es muy intensa, sobre todo cuando se refleja en una superficie muy clara, como la nieve, tener los ojos expuestos aunque sea por poco tiempo puede causar dolorosas lesiones en la córnea, como queratitis inflamatoria, fruto de los rayos ultravioleta.

¿Siempre?
“No digo que se utilicen gafas de sol a todas horas en exteriores pero sí a determinadas horas del día, en determinados periodos estacionales, en determinadas latitudes, donde la incidencia de los rayos de luz es muy vertical y puede producir unos efectos más intensos”, expone el secretario general de la SEO.
Las gafas de sol homologadas, con filtros ultravioleta adecuados, son una medida preventiva “totalmente aconsejable” para evitar riesgos y proteger la salud de los ojos.
“Eso es algo que siempre lo defenderemos y así se lo transmitimos a la gente, que lo sepa bien”, destaca Gegúndez, quien además insiste en que cada uno “tiene que hablar de lo que sabe” y que las manifestaciones del futbolista del Atlético “carecen de fundamento y de evidencia científica“.
Gafas amarillas
Sobre la defensa de Llorente de las gafas con cristales amarillos, el oftalmólogo indica que se trata de una “excentricidad”.
Abunda el secretario general de la SEO en que las gafas con filtro amarillo se utilizan en personas con degeneración macular con muy baja visión para que tengan un mejor contraste y vean algo mejor de lo que ven.
También son útiles para aquellos jóvenes con distrofia retiniana, como una retinosis pigmentaria, porque aumentan la sensibilidad al contraste y les pueden permitir, dentro de lo mal que ven, intuir las formas.
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Ciencia y Salud
No ver la televisión mientras comen y otras ventajas del comedor del cole, según un informe

Ipsos ha llevado a cabo este estudio en colaboración con la Sociedad Española de Nutrición y la Universidad Politécnica de Madrid, a través de su grupo de investigación en Alimentación, Nutrición, Ejercicio y Estilo de Vida Saludable (ImFINE). El objetivo: una radiografía de la alimentación de niños y jóvenes y del uso de los comedores de los colegios.
Tal y como informa la propia Ipsos en nota de prensa, este trabajo lo han coordinado el doctor Rafael Urrialde, doctor en Ciencias Biológicas y experto universitario en Ciencias Ambientales por la Universidad Complutense de Madrid, y la doctora Marcela González-Gross, catedrática de Nutrición y Fisiología del Ejercicio en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte-INEF de la Universidad Politécnica de Madrid.
En él se han constatado una serie de diferencias de consumo relacionadas con los lugares en los que comen los chicos y chicas, si en el comedor del colegio o en sus domicilios.
Para ello, analiza seis momentos de consumo diario de alimentos y bebidas. Señala Ipsos que esta información es crucial para el desarrollo de estrategias y proyectos que respondan a las necesidades reales de niños, niñas y jóvenes.
Principales resultados del estudio
Tras realizar el estudio estos fueron los resultados obtenidos:
1- Uso del comedor escolar como condicionante del comportamiento alimentario. Según el informe, que fue presentado hace unos días en Madrid, el comportamiento alimentario es muy diferente entre el grupo de 6 a 11 años y el de 12 a 17. En el primero es más habitual que coman en el colegio, no así en el segundo. Así que sería en la población desde los 6 años donde el comedor escolar ejerce una función más clara de condicionante.
2- Cantidad de consumo e ingesta de nutrientes que un menor tiene a lo largo del día. Se observa que los niños que realizan las principales comidas del día en el colegio son los que realizan cinco ingestas diarias, específicamente un 81% frente a un 73%.
3- Número de comidas al día: entre las franjas de edad, además, se aprecia como a medida que van creciendo, los niños reducen los momentos de consumo de alimentos y bebidas: un 84 % de los más pequeños realizan cinco diarias, pero en el grupo por encima de los 12 años es un 66 %.
“Esta diferencia se debe principalmente a la supresión del momento de consumo de media mañana y de la merienda entre los más mayores”, señala el estudio.

En cambio, en cuanto a un posible sexto consumo, el que ocurre antes de acostarse, es más habitual en el grupo de los mayores. Así, un 17 % de los mayores de 12 años que asisten al comedor escolar ingieren algo antes de acostarse, en comparación con el 9 % de los que no lo hacen.
Urrialde recalca en este sentido, en declaraciones recogidas por el comunicado de Ipsos, que “ha sido una sorpresa descubrir que el 30 % del grupo total consume algo antes de acostarse”.
“Creemos que este dato debería ser menor. Es algo que debemos analizar porque no sabemos si es realmente necesario este momento de consumo, y cuál puede ser su relación sobre los índices de soprepeso u obesidad”, incide.
4- No existen grandes diferencias en cuanto a la percepción sobre su propia alimentación. El 48 % de los niños pequeños considera que llevan una alimentación sana; de la misma forma, el 45 % del grupo de los mayores piensan que su alimentación también es buena, sin grandes diferencias en este caso entre quienes acuden o no al comedor.
La televisión y la influencia del estilo de vida
El consumo de televisión desempeña un papel destacado en el estudio porque, por regla general, los niños, mientras comer, ven la televisión.
En concreto, un 29 % de menores españoles ven la tele todos los días en casa en cada comida, un dato que baja levemente hasta el 27 % entre los de 6 y 11 años, pero que sube hasta el 32% en los mayores. A su vez, casi el mismo porcentaje (28 %) dice que nunca come con la televisión encendida.
Urrialde aconseja no ver la televisión durante las comidas “en ningún caso”. “Lo ideal es que no haya pantallas, sino diálogo, pausa y disfrute de la comida y del tiempo compartido, elementos esenciales incluidos en la base de la pirámide de la Dieta Mediterránea”.

Según remarca el especialista, “resulta sorprendente comprobar cómo en el comedor escolar los niños aprenden a comer sin pantallas, pero ese hábito se pierde en casa al encender la televisión”. González-Gross insiste: “Hay que trasladar el mensaje de comida sin pantallas”.
La importancia del deporte
Otro aspecto en el que se detiene el estudio es en la práctica de deporte. El mayor impacto se observa en el grupo de 6 a 11 años, donde el 80 % de los niños que usan el comedor escolar practican deporte frente al 68% de los que no.
En los mayores, esta diferencia es menor, 79 % frente a 72 %, pero sigue favoreciendo a quienes comen en el colegio, sugiriendo que la conciencia sobre hábitos alimentarios educativos podría influir en los estilos de vida.
“Las conductas saludables tienden a reforzarse entre sí. Quienes practican actividad física con regularidad muestran menor tendencia al consumo de tabaco o alcohol y mantienen una alimentación más equilibrada”, señala González-Gross. “Son también más receptivos a comprender que la salud no depende de un solo hábito, sino del conjunto de todos ellos”, concluye.
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