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Ciencia y Salud

Cuando irrumpe el cáncer de ovario: la historia de Zoraida, Marta y Sonia

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Con motivo del Día Mundial del Cáncer de Ovario, el 8 de mayo, EFEsalud ha hablado con estas tres mujeres para conocer su historia. Saber cómo son sus vidas después de superar un tumor, que en 2023 causó la muerte de 2.193 pacientes, según las cifras citadas por la Sociedad Española de Onocología Médica (SEOM).

La elevada mortalidad responde, según los oncólogos, a la ausencia de síntomas específicos de la enfermedad, lo que hace que la mayoría de las pacientes sean diagnosticadas con el cáncer ya diseminado, pero también es fruto de la ausencia de métodos de detección precoz que sean eficaces y estén validados.

Este tumor se encuentra entre los diez más diagnosticados en mujeres, tal y como reflejan las estimaciones de la SEOM para este año, con 3.748 casos, por detrás de los de mama (el más frecuente con 37.682 estimados), colon y recto (17.349), pulmón (11.064), cuerpo uterino (7.428), páncreas (5.055), tiroides (4.869), linfomas no hodgkinianos (4.533) y vejiga urinaria (4.154).

La historia de Zoraida: El duelo de la no maternidad

Zoraida López es de Elche (Alicante), tenía 34 años cuando le diagnosticaron cáncer de ovario. Seis meses antes había acudido a una clínica de fertilidad para poder quedarse embarazada junto a su pareja. La emplazaron a volver a los seis meses si no lo conseguía por métodos naturales, ya que “todo estaba perfecto”.

Volvió pasado ese tiempo a la clínica y la ginecóloga vio algo que ya no era normal, así que la derivó al hospital para que le hicieran pruebas más exhaustivas.

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Zoraida López. Foto cedida.

Fue visto y no visto. En tan solo seis meses desde aquella primera visita para poder tener un hijo y en la que todo estaba bien apareció el cáncer de ovario bilateral. En diez días la operaron para quitarle los tumores pero no pudieron evitar hacer una histerectomía. No tuvo tiempo ni de preservar óvulos para tratar en un futuro de ser madre.

En modo superviviencia

“Yo buscaba ese embarazo, pero me fue inviable, inclusive poder guardar unos folículos. Me dijo el cirujano que hasta que no operase tampoco sabía hasta dónde abarcaba el cáncer pero no se pudo y me advirtió de que yo era lo primero”, recuerda la paciente de cáncer de ovario sobre su historia.

Tras la operación, recibió un total de seis ciclos de quimioterapia.

“Durante el primer año en todo el proceso estás modo supervivencia. Te levantas día a día con que hay que ir al hospital a hacer pruebas, la quimio…Tu cabeza está ocupada. ¿Qué es lo que ocurre cuando ya no hay tratamiento? Que la cabeza empieza a pensar en todo lo que ha pasado, en todo lo que llevas atrás y en todo lo que viene hacia delante”, asegura.

Las secuelas

Va a hacer cuatro años que la enfermedad está en remisión, y Zoraida está feliz, pero tiene varias secuelas. Una de las principales una menopausia quirúrgica, una etapa que su cuerpo ni siquiera pudo preparar.

“Conlleva insomnio, sequedad vaginal, cambios anímicos, al cuerpo le cuesta menos adelgazar, y dolor de huesos”, afirma Zoraida. Pero no son los únicos, el cáncer y el tratamiento también le han dejado otras secuelas.

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Foto cedida por Zoraida.

A un linfedema en los muslos -hinchazón por acumulación de líquido porque el sistema linfático no es capaz de drenar la linfa- se le suman migrañas constantes, una luz que ve de forma permanente por su ojo derecho, dolores de estómago y neuropatía en las manos, entre otros.

“Hay una amplio abanico de cosas que nos pasan, de ahí la importancia de ser tratadas por un equipo multidisciplinar desde el minuto cero”, señala.

El dolor de no poder ser madre

Además de todo ello, en su caso, tiene que vivir con “el duelo de la no maternidad”.

“Ya no lidio en sí con esa mochila de si tengo una recaída en algún momento, es que, además, convivo con ese dolor de no poder ser madre”, lamenta Zoraida.

Tiene un incapacidad total por su estado de salud y percibe el 50 % de lo que era su salario, con lo que ha perdido capacidad económica, cuando hay consultas privadas que tienen que correr de su bolsillo para mejorar su calidad de vida.

“Son muchas cosas, ya no es solamente la enfermedad”, afirma la mujer.

La historia de Marta: Embarazo y cáncer

Marta García es de Valencia se casó en junio de 2022. En noviembre de ese año decidieron su pareja y ella tener hijos. En enero de 2023 se fueron un mes a Filipinas, de luna de miel. Ella volvió embarazada, tenía 39 años, una edad temprana para esta enfermedad.

Oncología ovario
Marta García el día de su boda. Foto cedida

Su historia con el cáncer de ovario comienza cuando fue a la ginecóloga para comprobar que todo estaba bien, y así era, aunque la doctora vio un pequeño quiste de tres centímetros. Le dijo que era muy común y que se reabsorbería sin problemas. Pero no fue así, el bulto fue creciendo y a la tercera ecografía ya medía once centímetros. “Se había comido el ovario”, cuenta.

El diagnóstico

Ella se encontraba muy cansada y con dolor de tripa, pero el embarazo enmascaraba los síntomas.

“Imagínate, yo embarazada, mi familia, mi marido locos, muy nerviosos y me decían que yo era lo primero y que lo que dijeran los médicos lo tenía que hacer. Cabía la posibilidad de que fuera bueno, pero no me podían biopsiar. Finalmente me hicieron una laparoscopia y me quitaron el ovario derecho antes de que el feto fuera demasiado grande y no se pudiera hacer”, relata Marta.

Tras la operación, la mujer estaba contenta porque había pasado ya el riesgo de aborto por la intervención pero recibió una llamada del hospital: era cáncer. La dieron cuatro ciclos de quimioterapia -que no traspasa la placenta- y le provocaron el parto en la semana 37.

El bebé, Nicolás, nació perfecto. A los pocos meses, Marta fue operada y le hicieron una histerectomía (extirpación del útero), con la consecuente menopausia, además le seccionaron un nervio obturador, que le dejó secuelas en una pierna.

Maternidad y menopausia

“No tengo claro si ha cambiado más mi vida por el cáncer o por la maternidad. E imagínate con menopausia y recién parida, con un bebé. Me ha cambiado en tanto aspectos….Una cosa buena es que a día de hoy como sigo de baja puedo pasar más tiempo con mi hijo”, indica.

Ahora -tiene 41 años- no hay rastro de la enfermedad pero sí “muchas secuelas”, además de la pierna.

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Marta junto a su marido y hijo. Foto cedida

Con todo lo que le ha ocurrido, quiere aportar su “pequeñito grano de arena” en las vidas de las mujeres que también han pasado un cáncer de ovario y da charlas sobre alimentación, también sobre etiquetado y compra saludable para las pacientes.

“Cuando me incorpore a trabajar -es funcionaria del Ministerio de Agricultura- me gustaría seguir implicada y ayudar a las mujeres diagnosticadas o que pasen por una cosa similar”, resalta.

La historia de Sonia: Diagnóstico tardío

En 2018, Sonia Cabezón tenía 43 años cuando, tras varios meses de consulta en consulta, le diagnosticaron la enfermedad. Tenía malas digestiones, había sufrido un cólico de riñón y le había crecido la tripa. Su médico de cabecera le mandó omeprazol y una analítica que indicaba que uno de los riñones empezaba a sufrir pero éste no le dio importancia.

No eran malas digestiones

Ella, natural de Vizcaya, seguía mal. Una doctora conocida, que había consultado la analítica la derivó al nefrólogo, quien le mandó un escáner. Días después fue a urgencias y la ingresaron para hacerle más pruebas. En una de ellas vieron algo en el ovario.

“Un médico entró en la habitación y me dijo que si ya alguien me había dicho lo que tenía, y le dije que no. Él me contestó que tenía un cáncer de ovario”, cuenta Sonia sobre su historia.

Paciente ovario
Sonia Cabezón. Foto cedida por ella.

Tenía gemelos de diez años y ella era quien llevaba el dinero a casa, su pareja se encargaba del cuidado de los pequeños.

“Me preocupaba cómo se iban a mantener económicamente y cómo se iban a organizar, pero la verdad es que fue gratificante porque mi compañero me dijo que si yo moría iba a dejar una pena muy grande pero iban a salir adelante, que estuviera tranquila y me centrara en mí”, destaca Sonia.

Una segunda opinión

Modificaron en varias ocasiones la fecha de operación porque también vieron algo en el mediastino -una región anatómica clave, ubicada en la parte central del tórax-. Finalmente decidieron que no la iban a operar sino solo dar quimio de forma paliativa porque el tumor estaba en estadio 4.

Ella se planteó no tratarse si no había nada que hacer porque tenía mucho miedo al sufrimiento.

Pidió otras opciones médicas y la operaron en un hospital de otra comunidad autónoma distinta a la suya, el Vall d’Hebron, de Barcelona. En 2019 terminó el tratamiento y está libre de enfermedad desde entonces.

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Foto cedida.

“Estoy intentando que la gente sepa que tenemos varias opciones de poder tratarnos, que no depende de nuestro código postal. Tengo esa pequeña lucha en el sentido de que hay muchas comunidades que no te dejan ir a otra. Y de primeras te dicen que no puedes ir a otra comunidad y es mentira”, subraya Marta.

Sonia ha afrontado su historia del cáncer de ovario de una forma positiva, es de la opinión de que si no te gusta algo, hay que cambiarlo , y si no se puede hay que adaptarse, y es lo que hizo. Además se sintió muy arropada.

“El susto lo tienes en el cuerpo, evidentemente, pero procuro que no sea así porque si no, no me dejaría vivir”, apunta Sonia.

Las tres mujeres son de la Asociación de Afectados por Cáncer de Ovario (ASACO).

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El ictus también llega cuando eres joven: Sonia tuvo que empezar de cero a los 39

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Sonia González no recuerda nada del día que cambió su vida. Era joven, tenía 39 años y una carrera profesional consolidada cuando sufrió un ictus. Se desmayó en la ducha. Estuvo 33 días en coma, tras dos paradas cardíacas y dos ictus isquémicos. A pesar de que todo hacía indicar que se quedaría como un vegetal, no fue así. Ahora tiene 46 años, ésta es su historia.

Antes del ictus, Sonia llevaba una «vida normal», de una mujer joven. Era química, le encantaba su trabajo como gerente de una empresa farmacéutica, y viajaba mucho. Le gustaba salir con sus amigos, como a cualquier persona de su edad. Lo único que padecía eran migrañas con auras muy largas, pero los TAC no revelaban nada extraño, relata la mujer en una entrevista con EFE Salud.

El momento del ictus

Un día estaba en la ducha, sentía que se mareaba y llamó a su novio. Se cayó redonda al suelo y empezó a convulsionar. Él llamó al 112 y en 20 minutos ya estaba la ambulancia lista para llevarla al hospital. No recuerda nada, se lo contó él.

Al día siguiente la operaron porque tenia una aneurisma, por una malformación congénita que desconocía, y que reventó. Tuvo dos paradas cardíacas y dos ictus isquémicos.

«Mi imagen de la resonancia era brutal y los médicos no daban un euro por mí. Estuvimos 33 días San Pedro y yo jugando a las cartas y yo le gané», afirma la mujer.

Según el informe «Neurología y Mujer», de la Sociedad Española de Neurología (SEN), el ictus supone una carga desproporcionada para la mujer en comparación con el hombre: tienen más riesgo de sufrirlo a lo largo de su vida, el impacto de los factores de riesgo es mayor en ellas y tienen ictus de peor pronóstico.

Despertar del coma

Sonia despertó del coma 33 días después del ictus y no entendía por qué su familia estaba contenta al verla abrir los ojos, porque ella no podía mover el lado derecho del cuerpo, ni hablar por una traqueotomía, y no recordaba nada de los quince días antes del episodio.

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Sonia durante la entrevista, EFE Salud/María Abad

Fue ya en planta cuando empezó a comprender lo que le había pasado. Todo parecía indicar que no iba a poder hablar, ni andar pero poco a poco fue recuperándose.

Tras el alta se fue a vivir unos meses con sus padres porque no podía hacer nada, ni siquiera ducharse sola, pero a pesar de que la estaban cuidando «estupendamente» también la estaban «protegiendo excesivamente» y decidió volver a su casa, con su novio.

La rehabilitación

La rehabilitación intensiva la hacía en el Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral (Ceadac) hasta que llegó la pandemia de la covid.

«Me dieron plaza en septiembre de 2019 y estuve hasta marzo, que empezó la pandemia y cerraron el centro. Tuve que rehabilitarme yo sola, como pude hacía con la mano ejercicios, también de memoria, fue un palo muy duro», recuerda Sonia.

Las secuelas más importantes que le ha dejado el ictus es la falta de movilidad de la mano derecha, mueve el codo y el brazo con ayuda. Por las mañanas habla mejor que por las tardes, que es cuando tiene anomias -dificultades para encontrar las palabras. También tiene problemas de atención, sobre todo si oye ruidos constantes.

Pero, sin duda, la mejor rehabilitación la hace con su pequeña Martina Leona, su hija de dos años y medio, que llegó tras un embarazo «superduro».

«Cuando tuve a Martina supe que ella había venido al mundo para hacer algo importante. Fue un bebé muy deseado. Yo sigo en rehabilitación, pero me he quitado el logopeda y el neuropsicólogo porque no necesito trabajar la atención, me la rehabilita Martina», dice Sonia, emocionada.

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Sonia embarazada de su hija Martina. Foto cedida

El momento más duro

Siete años después del ictus, confiesa que lo más duro para ella fue recibir la carta donde se leía ‘incapacidad permanente absoluta’.

«No podía trabajar en nada. Había estado toda mi vida formándome, era química, hice un máster de empresa farmacéutica, pasé por todos los puestos y me tocó», reconoce Sonia con lágrimas en los ojos y voz quebrada.

Pero se agarró a la vida. Vio el ictus como una oportunidad para escribir su vida y asegura que ahora es más feliz que antes, porque si bien tenía un trabajo de éxito, ahora disfruta más de los detalles y del día a día.

Y si antes se preguntaba por qué le había pasado el ictus a ella, que era una mujer joven y no a una persona más mayor, pasó a preguntarse para qué le había pasado.

«Descubrí un mundo de posibilidades. Y descubrí que disfrutaba más de la gente, de mi familia (…) Y el para qué más importante es para criar a Martina Y estar presente con ella, porque si no me hubiera dado el ictus, no hubiera renunciado al éxito, a los viajes y no hubiera estado tan presente», señala Sonia.

Aunque la incidencia aumenta con la edad, más del 60 % ocurre en menores de 70 años y el 16 % en personas por debajo de los 50 años. En los últimos veinte años se ha incrementado un 25 % la cifra en el rango de edad de 20-64.

La reinvención

No se ha podido incorporar al mercado laboral pero «se ha reinventado» y colabora con la Fundación Freno al Ictus.

«Creé un proyecto que se llama ‘Guiar en daño cerebral’, para informar de todos los recursos que tenemos de discapacidad, de dependencia, de incapacidad laboral y ya hemos ayudado a 700 personas», explica.

Además participa en el proyecto «Kiero», también de Freno al Ictus, que fomenta el autoliderazgo y empoderamiento de los afectados por daño cerebral adquirido, con el fin de que puedan reenfocar su vida de acuerdo a sus nuevas circunstancias.

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EFE Salud/María Abad

Junto a la Fundación trabajan sobre todo en el postictus, es decir, qué hacer cuando sufres un ictus, qué ayudas hay que tener en cuenta, y la recuperación.

«Nos dicen que aunque una recuperación es en los primeros meses, y el primer año es muy importante, no hay que dejar de hacerlo porque mejoras durante toda la vida», sostiene.

Por eso, con motivo del Día Mundial del Ictus, que se conmemora cada 29 de octubre, Sonia quiere hacer hincapié en la detección precoz de los síntomas de un ictus, como la flacidez y la parálisis facial, la pérdida de fuerza o debilidad de un lado del cuerpo o dificultades en el habla. Y en el caso de que ocurra, llamar al 112, para que se active cuanto antes el Código Ictus.

«Es esencial, así nos ahorramos muchas discapacidades», añade.

90.000 nuevos casos en España

Desde la SEN, recuerdan que en España cada año se producen unos 90.000 nuevos casos de ictus y más de 23.000 personas fallecen por esta causa.

En Europa, se calcula que más de 1,5 millones de personas sufrirán un ictus y, en los próximos años, los casos aumentarán a causa del progresivo envejecimiento de la población.

Más del 30 % de los supervivientes vive con secuelas, que les provocan algún grado de discapacidad o dependencia. De hecho, el ictus es la primera causa de dependencia en España, según la SEN.

Supone entre el 3 % y el 4 % del gasto total en atención médica en los países occidentales.

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Carmen, enfermera de emergencias: «La dana nos devastó, pero sentía que tenía que estar ahí»

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Carmen Casal, con 29 años de experiencia como enfermera de emergencias, nunca había vivido nada igual a la dana que el 29 de octubre de 2024 arrasó varias localidades valencianas: “Nos devastó por completo, pero yo sentía que tenía que estar ahí”, relata en una entrevista con EFE Salud.

Esta enfermera del Servicio de Ayuda Médica Urgente de la Comunidad Valenciana, el SAMU, cuando llegó a la zona cero de la dana, a Paiporta, dos días después de la catástrofe, se quedó impresionada por el silencio: “La gente estaba callada, intentando quitar el barro con lo que tenían en las manos, con lo que podían, algunos descalzos”.

“La visión fue desoladora, no te la quitas nunca. Estábamos todos en shock”, recuerda un año después de las inundaciones que se cobraron 229 víctimas mortales en la provincia de Valencia y arrasaron la normalidad de miles de personas al destrozar viviendas, negocios, colegios, centros de trabajo… Casi todo.

Entró en Paiporta y vió coches apilados que llegaban a la altura de un cuarto piso y calles llenas de barro por las que apenas se podía transitar: “No podías llegar a esas puertas cerradas, no podíamos acceder y no sabíamos qué había detrás y eso para una enfermera de emergencias es muy duro porque necesitas llegar a los que lo necesitan. Fue muy impactante”.

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Vecinos y voluntarios limpian de barro una calle de Paiporta tras la dana. EFE/Biel Aliño

La impotencia de una mujer

La primera asistencia de Carmen no fue precisamente médica. Tuvo que ayudar a una mujer que, aunque estaba limitada por su estado físico, quería ayudar y entró en un estado mental de desesperación que podía transformarse en un intento de autolesión.

“Esa mujer necesitaba desahogarse, llorar y encontrar un hombro”, relata la enfermera que consiguió que la mujer se sintiera útil haciendo bocadillos para los que estaban sobre el terreno intentando contrarrestar los efectos de la dana.

“Con la mirada nos dijimos: Tenemos que estar aquí

A los poco días, Carmen Casal volvió de forma voluntaria con el SAMU y estuvo trabajando en un hospital de campaña que se levantó en Paiporta, atendiendo a las víctimas de la dana pero también a los voluntarios que se dañaban en las labores de desescombro y recuperación de la zona.

“Recuerdo que me encontré con una enfermera que conocía, iba de barro hasta arriba y con una pala. Nos miramos, nos sonreímos y solo con la mirada nos dijimos: Tenemos que estar aquí”, comenta la también vicepresidenta tercera de la Sociedad de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES), en representación de la sección de enfermería.

La sanitaria relata que unos quince días antes de la dana había perdido a su madre de forma inesperada: “No podía estar en mi casa haciendo mi duelo personal, yo sentía que tenía que estar ahí ayudando”.

Y se emociona cuando recuerda a muchas enfermeras de los centros de salud, algunas incluso ex alumnas suyas, que cargaron con una mochila provista de primeros auxilios para ir de casa en casa dando ayuda y creando distintos puestos de socorro.

A un kilómetro, la gente hacía vida normal

También profesora de la Facultad de Enfermería y Podología de la Universidad de Valencia, el 29 de octubre de 2024 Carmen estaba en su despacho hasta que la desalojaron después del mediodía por la alerta por lluvias.

“Por la tarde, mi marido llegó de la zona de Ribarroja y dijo que había inundaciones, que la gente se estaba ahogando. La alerta no llegó hasta pasadas las 8 de la tarde”, rememora.

“Había un contraste brutal, en Valencia, a un kilómetro, la gente estaba haciendo vida normal porque no había llegado esa catástrofe. Pero cruzabas el puente y la situación era de guerra”.

Ese puente, llamado de la Solidaridad, fue el que cruzaron cientos de voluntarios, armados con escobas, botas y palas, para quitar barro y poder ayudar a la población.

“La labor de los voluntarios fue excepcional. Ahí se vio el sentir del pueblo valenciano. Como valenciana me siento muy orgullosa de ser parte de ese voluntariado que dio muchas lecciones a las ayudas oficiales que llegaron después”, afirma.

Vista de los mensajes de apoyo en la pasarela peatonal que conecta Valencia con su pedanía de La Torre y que ha sido denominado como Puente de la Solidaridad con voluntarios que ayudaron a las tareas de limpieza tras la dana. EFE/ Ana Escobar

El personal de emergencias necesita ayuda psicológica

Carmen Casal considera que el personal de emergencias necesita ayuda psicológica por las continuas situaciones que viven. Ella, sin ir más lejos, estuvo atendiendo a las víctimas del accidente de metro de Valencia en 2006: “He visto casi de todo, he atendido a personas en el peor momento de su vida y he llegado a casa destrozada”.

En algunas comunidades autónomas, como la valenciana, no ofrecen un servicio de apoyo psicológico a sus sanitarios: “Los compañeros siempre decimos que necesitamos tener una habitación sólo para llorar y para desahogarnos” por vivir experiencias como la de la dana, pero también como la que padecieron durante la pandemia de covid.

Y ese apoyo psicológico, que tienen que pagar de su bolsillo, muchas veces lo suple la familia, pero sobre todo otros compañeros: “Descargo mi mochila con ellos”, afirma.

Pero aplaude que hablar de la salud mental de los sanitarios esté dejando de ser un tabú: “No tenemos que ser superheroínas y supermanes. No podemos con todo, somos humanos”.

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La enfermera de emergencias y vicepresidenta tercera de SEMES, Carmen Casal, ante una ambulancia del SUMA de Valencia. Foto cedida

Trabajamos en entornos hostiles

Las enfermeras de emergencias son personas con sensibilidad pero también con cabeza fría para trabajar con rapidez y seguridad ante situaciones límite y en tiempo récord.

“Tenemos que trabajar en entornos hostiles, desde un accidente de tráfico o una asistencia en un domicilio que no conocemos. No estamos en el box de urgencias del hospital”, sino que trabajan en el lugar del siniestro o en la ambulancia. El trabajo en equipo es la clave .

Actualmente no hay una formación homogénea en urgencias y emergencias, “cada uno se busca la formación como quiere o como puede, según las posibilidades económicas o las que le brindan la comunidad autónoma o las sociedades médicas”, explica la enfermera.

Por eso, desde la Sociedad Española de Urgencias y Emergencias defienden que haya una especialidad en enfermería que facilite la misma formación a través del acceso a través de las pruebas de acceso EIR (Enfermero Interno Residente).

Y están a la espera de que el Ministerio cree está especialidad, aunque defiende que sea única de emergencias extrahospitalarias y no mixta con las unidades de cuidados intensivos ya que “diluiría nuestras competencias”, defiende la vicepresidenta de SEMES.

Regreso a la zona cero, un año después

Para la enfermera, una de las lecciones extraídas de la dana fue la importancia que tiene conocer a tu vecino y poder saber quién está impedido, quién no va a poder reaccionar y poder ayudarse unos a otros.

Un año después, la enfermera Carmen Casal ha regresado a la zona cero de la dana, a Paiporta, que está resurgiendo: “Entro con respeto y los miro con admiración porque los he visto resurgir del barro. Todos ellos son los héroes”.

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Miedo, sueño alterado o retraso escolar, la herencia de la dana en los menores un año después

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Un año después de la dana que arrasó varias localidades de Valencia todavía hay menores que sienten miedo de la lluvia y de las tormentas, que sufren alteraciones del sueño o muestran mayor ansiedad o estrés, además de sufrir un retraso en el aprendizaje.

El 29 de octubre de 2024, hace un año, las inundaciones de la dana se cobraron la vida de 229 personas, 9 de ellas menores, causaron daños a 16.000 viviendas y destrozos en otras infraestructuras, lo que impactó en la normalidad de miles de personas.

“Cuando truena me pongo muy nervioso y no puedo dormir”, explica un niño de 9 años de Paiporta, una de las zonas más afectadas por las inundaciones.

Sus palabras se recogen en el informe “Con el barro en la mochila” elaborado por Save the Children en colaboración con la Universidad de Valencia al consultar a 2.300 familias afectadas y a profesionales de los servicios sociales, de la educación, de ONG y responsables políticos.

Algunos datos del estudio reflejan:

  • Más del 30 % de los menores, un año después de la dana, reconoce sentir miedo a la lluvia , las tormentas o los truenos.
  • El 24 % sigue teniendo problemas para dormir.
  • Se han producido cambios en el comportamiento de niños y niñas: mayor ansiedad o estrés persistente y dependencia de las pantallas como mecanismo de escape.
  • El 12,4 % manifiestan dificultades de concentración.
  • El 11 % pasa más tiempo con dispositivos electrónicos.
  • El 7 % prefiere el aislamiento social.
  • El 45,7 % de las familias expresa que su principal preocupación es el estado emocional de sus hijos e hijas.

Y Save the Children advierte de que el acompañamiento social y emocional de niños, niñas y adolescentes ha sido muy deficiente, y se ha fiado todo a su capacidad de resiliencia.

dana menores año
infografía del Informe «Con el barrro en la mochila» de Save the Children y la Universidad de Valencia. Foto cedida

Retraso en el aprendizaje

La mitad de las familias (52,4 %) reconoce que sus hijos e hijas han sufrido un retraso en el aprendizaje.

“Ante cualquier emergencia, como la que vivimos en Valencia, es crucial que los centros educativos se reabran cuanto antes. En un contexto de crisis, ir a la escuela ayuda a recuperar un sentido de normalidad y esperanza para esos niños y niñas”, explica Rodrigo Hernández, director de Save the Children en la región.

El colegio no solo es un lugar de aprendizaje: también garantiza servicios esenciales como el comedor escolar, vital para muchas familias con menos recursos.

En octubre de 2024, más de 18.000 niños y niñas de las comarcas afectadas por la dana dependían de una beca comedor: “Mantenerlo abierto tras una emergencia asegura una alimentación saludable para los que más lo necesitan”, dice Hernández.

Las consecuencias en el ámbito educativo

El informe “Con el barro en la mochila” destaca algunos otros datos en el ámbito escolar:

  • El 71,6 % del alumnado siente que su estado emocional se ha visto afectado por no haber podido asistir a la escuela.
  • El 33,3 % considera que el ámbito de las relaciones también se ha alterado.
  • Los niños, niñas y adolescentes de los municipios afectados por la emergencia han dejado de realizar actividades deportivas (45,4 %), al aire libre (28,0 %), recreativas o culturales (25,0 %) y extraescolares (24,7 %).

“Tras una emergencia, las heridas que más perduran en el tiempo son las psicológicas. En este caso, hemos echado en falta que la administración habilitara más espacios seguros, protectores y de buen trato hacia la infancia y la adolescencia para reducir el impacto psicoemocional de estos niños y niñas”, subraya el director.

Además, lamenta que muchos de los espacios donde niños, niñas y adolescentes se relacionan “siguen sin estar rehabilitados, cuando son esenciales para su desarrollo”.

En la imagen un colegio de la localidad de Alfafar con varias advertencias de no entrar debido a su estado tras la dana. EFE/Ana Escobar

La dana Alice reaviva el recuerdo

La dana Alice que ha impacto este mes de octubre en la Comunidad Valenciana ha revivido el temor de menores y adultos a los momentos trágicos de la dana del año pasado.

Save the Children alertaba de que el 93 % de los niños y niñas de la región sufrirá al menos un fenómeno climático extremo al año, lo que convierte a la Comunitat Valenciana en la cuarta región más expuesta de España.

Las familias en situación de pobreza son las más expuestas a sufrir las consecuencias de este calentamiento global. Esto se debe a que las poblaciones más vulnerables viven en zonas más impactadas por los eventos climáticos extremos y tienen menos capacidad de adaptación.

«Con el barro en la mochila» muestra que casi el 15 % de las familias encuestadas perdió su vivienda y que una de cada cuatro considera que su hogar es ahora menos seguro para los niños, niñas y adolescentes que antes de la dana.

Además, cuatro de cada cinco familias (80,3 %) residentes en los municipios de la “zona cero” viven en edificios aún con reparaciones pendientes o directamente en viviendas muy afectadas, pero en las que se ven obligadas a seguir residiendo.

La reconstrucción

Un año después de la dana, Save the Children advierte de la importancia de no dejar de lado a la infancia, un colectivo de atención prioritaria en este proceso y que se incluyan en la toma de decisiones.

“Es necesario reforzar la respuesta en ámbitos como el de la educación, la salud mental y el apoyo a familias en situación de vulnerabilidad, incorporando un enfoque preventivo y situando a los niños y niñas en el centro de las decisiones para garantizar sus derechos y fortalecer su resiliencia ante futuras emergencias”, concluye Rodrigo Hernández, director de la ONG en Valencia.

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