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Soledad Acuña: “Si a la sociedad no le preocupa la educación, la política tiene pocos incentivos para cambiar”
Al igual que en 2022, la ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, Soledad Acuña estuvo presente en el auditorio de Ticmas en la Feria del Libro. Patricio Zunini la entrevistó y celebró contar nuevamente con su presencia para hablar de “un proceso y ya no solo una foto” de la gestión educativa. “Un año en el que pasaron cosas”, planteó Acuña y subrayó “Tenemos mucho para charlar” antes de empezar con las preguntas y respuestas en el marco de la Jornada de Educación Federal organizada por Ticmas.
—El año pasado hablamos del libro El día que ir a la escuela fue noticia, que es un lindo texto porque no solo fue la vuelta a las aulas después de la pandemia, sino que también cuenta un poco tu historia. Y en aquel momento no lo teníamos en el radar, pero apareció una hija.
—Sí, en el libro cuento la historia de la vuelta a la presencialidad y las dificultades de la pandemia, pero sobre todo cuento cómo lo viví como mamá, como mujer, y obviamente como ministra. Ese año había sido mamá por segunda vez. Nació al principio de la pandemia. Y a fines del año pasado fui mamá por tercera vez, así que también tenemos otra historia para contar, pero por suerte todos en libertad. Todos saliendo, los abuelos pudieron venir a conocerla, pudimos salir a pasear y ver a los amigos. Fue un año muy gratificante.
—Quería plantear la entrevista en tres partes: lo que pasó, lo que está pasando y lo que va a pasar. Una suerte de balance porque este año es electoral y ya han pasado casi tres años y medio del segundo gobierno de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad de Buenos Aires. Entonces, ¿qué cosas de estos años te gustaría destacar?
—Este es mi último año como ministra, después de ocho años. Es el mejor trabajo del mundo y el mejor trabajo de mi vida hasta acá; así que lo vivo especialmente. En estos tres años pasaron un montón de cosas buenas y malas, pero hay algo que me parece lo más destacable, que tiene que ver con la pandemia y con la aparición de las familias en el reclamo por la educación, la aparición de padres organizados. El movimiento de familias que pelearon y discutieron por la educación transformó a las mayorías silenciosas en grupos de presión que exigieron y exigen hoy mejor calidad educativa. En ese momento, era para que se abrieran las puertas de las escuelas. Hoy tiene que ver con que mejoremos cada día nuestro trabajo. Me parece que es algo que tiene que estar porque la escuela sola no puede. La escuela necesita a las familias participando del proceso educativo de sus hijos, pero también la política necesita que las mayorías dejen de ser silenciosas. Cuando uno mira las encuestas de opinión de las principales preocupaciones de la gente, la educación está en el número diez para abajo. En el día a día nos preocupa la inflación, nos preocupa cómo la economía nos va desarmando nuestros hábitos y nuestras rutinas. Nos preocupa la seguridad de nuestros hijos, nos preocupa la garantía de nuestro trabajo. Y la educación, que es algo de largo plazo, la dejamos para el final. Si a la sociedad la educación no le preocupa, la política tiene pocos incentivos para cambiar. Pero cuando aparecen los padres que reclaman, la política avanza.
—Hace unos días, Guillermina Tiramonti, que estuvo en este auditorio, decía justamente eso: que si la sociedad se compromete, la política tiene que responder.
—Absolutamente. Este es un año bisagra, donde pueden darse profundas transformaciones para el futuro de nuestro país. Donde los ciudadanos tenemos un poder enorme para lograr que esto cambie; para que la educación sea prioridad. Esa herramienta es el voto y yo estoy instando a que todos nos animemos a exigirles a nuestros candidatos y a los partidos políticos que presenten sus plataformas educativas, que nos digan qué van a hacer en materia educativa, qué van a cambiar y cómo lo van a cambiar; que no sean propuestas solamente genéricas. Tenemos que pedirles a los espacios políticos y a nuestros candidatos y dirigentes que nos digan sus metas de mejora. Cómo vamos a salir de esta situación de alfabetización nefasta que tenemos en nuestro país y que Argentinos por la Educación puso en evidencia hace pocos días. Cómo vamos a discutir el federalismo educativo y cómo vamos a garantizar que en una provincia como Chubut los chicos tengan la misma cantidad de días de clase que en Ciudad de Buenos Aires, o que en Formosa los chicos pasen de año porque aprenden y no porque les permiten pasar las materias. Cómo vamos a hacer para tener un Ministerio de Educación fuerte que pueda implementar medidas de igualdad y que las oportunidades no dependan de un código postal. Este es un año en el que, como ciudadanos, tenemos que ser ruidosos y exigir que la educación esté en la tapa de los diarios.
—Si todos los ministros, con matices, buscan lo mismo, ¿la educación puede saltar la grieta?
—Todos buscamos lo mismo, pero no todos tenemos la misma historia de resultado. La Ciudad de Buenos Aires tiene 192 días de clases y lo viene sosteniendo desde hace muchos años. Río Negro hace un mes que no tiene clases. Las diferencias, más allá de las voluntades y de lo que decimos que hay que hacer, tiene que manifestarse en acciones concretas, y los gobernantes tenemos que demostrar lo que queremos con lo que hacemos. Ser coherentes entre lo que decimos y lo que hacemos. Es verdad que en los títulos generales la educación salta las grietas, pero la realidad está en la evidencia. Y la evidencia marca que hay partidos políticos que gobiernan hace muchísimos años sus provincias y que tienen los peores resultados educativos de la Argentina, pese a recibir los mismos fondos —o más— que otras provincias con otros resultados. Es lindo y cómodo decir que nos ponemos de acuerdo, que saltamos la grieta. Es verdad: yo no discuto mucho con otros colegas. Pero en la evidencia, en lo que pasa en la realidad educativa de esas familias en las provincias, ahí está el dato. No me gusta caer en frases románticas de la educación nos va a unir, porque atrás de eso tiene que haber decisión política y muchas provincias y muchos partidos políticos que gobiernan esas provincias que hace años que no priorizan la educación.
—¿Cómo se maneja un distrito como la Ciudad de Buenos Aires? Pienso en las discusiones de los últimos años: la UniCABA, la reforma educativa. ¿Cómo llevaron eso adelante?
—En primer lugar, tengo una ventaja enorme, que es que para Horacio Rodríguez Larreta la educación es prioridad, y me respalda mucho en mis decisiones. Incluso teniendo diferencias internas en nuestro espacio, él apoya la decisiones que vamos tomando porque cree en esta transformación. En las batallas que fuimos dando, más allá del apoyo político, lo que fuimos aprendiendo es que, si no hay diálogo ni acuerdo con los actores que forman parte de la comunidad educativa, es todo más difícil. La Universidad de la Ciudad (UniCABA) la aprobamos con mayoría propia en la legislatura. Teníamos encuestas y focus group con datos concretos de la gente apoyando la formación universitaria de los docentes. Sin embargo, lo único que se escuchaba eran las manifestaciones de los institutos y los partidos políticos de izquierda, que se negaban y que iban a la Legislatura a prenderla fuego para que no se vote. Con la pandemia nos dimos el tiempo a través de los Zooms para dialogar, escuchar, para hacer las convocatorias. Entendimos que todo iba a ser más fácil y aceitado si hacíamos el proceso con todos los actores desde antes, y por eso pudimos llevar adelante las últimas reformas: en la reforma del estatuto participaron los docentes, además de la política.
—¿Cómo es la búsqueda de consenso?
—En la reforma de la escuela primaria que estamos haciendo ahora con el cambio curricular participaron más de 15 mil personas. Tomemos las discusiones de los chicos con la prácticas educativas: cuando lanzamos la iniciativa nos tomaron 50 escuelas. Hoy hay más de 10 mil chicos que están en empresas haciendo prácticas profesionalizantes y prácticas educativas. Los chicos, los docentes y los empresarios están absolutamente contentos con la experiencia. Esto es porque retomamos la palabra de los chicos y dijimos cómo, de qué manera, cómo lo convocamos, cómo lo conversamos. Yo creo que siempre hay que seguir transformando, siempre hay que seguir cambiando. Más en este momento de virtualidad, de la inteligencia artificial que nos parte al medio en lo que sabemos hacer y en cómo lo hacemos en educación. Hay que cambiar permanentemente, pero con un diálogo permanente con los distintos actores de la comunidad.
—Hablás de inteligencia artificial, pero hay algo raro en Argentina: ¿cómo se puede pensar en la vanguardia y en la tecnología, mientras uno de cada dos chicos de tercer grado no comprende lo que lee? ¿Cómo se trabaja en esas dos dimensiones?
—En la inteligencia artificial, como en todos los temas de tecnología, lo peor que podemos hacer es prohibirlo o tratar de eliminar su uso. Tenemos que usarla como una oportunidad, la inteligencia artificial tiene que ayudarnos a enseñar mejor. No solamente que los chicos tengan otras técnicas para estudiar, sino que los docentes puedan enseñar mejor y ejercer mejor su tarea. Hoy todos los docentes están recibiendo una capacitación obligatoria sobre el ChatGPT e inteligencia artificial. Obviamente vamos corriendo atrás, porque esto va a una gran velocidad. En lugar de paralizarnos, nos moviliza como oportunidad. Tiene que estar en el aula, es lo que viene para adelante. Ahora, también está la urgencia que vos hablás y que es una realidad que se volvió más cruel con la pandemia y con la pospandemia. Nosotros, en la Ciudad, en cuanto a la alfabetización, desde el año pasado estamos implementando un modelo que nos inspiramos en Mendoza, que tiene que ver con cambiar la forma de enseñar a leer. El año pasado hicimos una prueba piloto con 250 escuelas, y este año es un programa que se universalizó a todos los terceros grados de las escuelas públicas y 30 mil estudiantes están bajo este programa nuevo de fluidez y comprensión lectora, que el año pasado ya nos dio la pauta de los beneficios que trae ya que siete de cada diez chicos que participaron mejoraron su ritmo, su velocidad y por tanto la comprensión lectora. Como en todas las cosas, para lo urgente, lo que hay que tener es un plan, hay que tener decisión política para hacerlo y hay que invertir recursos.
—¿Qué te gustaría que quede de las políticas que implementaste el año que viene?
—Y el que viene, y el que viene…
—Si pensamos en un chico que hoy está en tercer grado, va a tener tres presidentes en toda su carrera. Y si vamos a la universidad va a tener cinco. La escuela siempre se piensa a largo plazo ¿Qué te gustaría que se sostenga en los próximos años?
—En esta línea que todo va cambiando, la escuela siempre fue lo estable. Todo cambia, pero la escuela tiene garantizar ciertas cuestiones. Me gustaría que se sostenga esta mirada constante de la transformación. Lo de hoy no sirve para mañana; mañana lo vamos a tener que volver a pensar. La secundaria del futuro, que es una buena realidad, mañana tiene que ser distinta. Tenemos que volver a pensar la secundaria y la forma de enseñar. La necesidad de transformarnos permanentemente al ritmo de la sociedad dentro de la escuela, incluso con nuestras rigideces, es algo que sería bueno que continúe como concepto. Después, en términos de programas concretos, me gustaría mucho que sigamos pensando la escuela vinculada con el mundo del trabajo. No podemos seguir formando para la vida solamente, hay que formar para el mundo del trabajo. Y alinear las políticas educativas con las políticas de desarrollo es fundamental. La educación obligatoria y la educación superior tienen que estar alineadas a los ejes de desarrollo productivo de la Argentina. Incluso el sistema educativo tiene que tener como objetivo acompañar e impulsar un modelo económico, social y productivo. Y me parece que eso es algo que pudimos lograr en estos últimos años y que tenemos que continuar y profundizarse. Y luego las políticas de formación docente continúa y la discusión sobre la formación inicial me parece que es algo que tiene que profundizarse.
—Una de las características de la educación en la Ciudad de Buenos Aires es que se mide mucho. Pero lo cierto es que las métricas y la educación siempre estuvieron reñidas. ¿Cómo se sostiene a lo largo del tiempo esas métricas?
—Es verdad, yo no lo mencioné porque es algo natural en la ciudad. Hace diez años que evaluamos, que tenemos una unidad de evaluación que toma distintas medidas de resultado de impacto de proceso y todos los años incluimos nuevas formas. No tenemos una sola evaluación, sino que tenemos un programa continuo de evaluaciones. Ahora estamos incluyendo la evaluación sobre fluidez lectora, estamos haciendo evaluaciones de procesos de aprendizaje y de progresiones de aprendizaje. Tenemos evaluaciones en primero y segundo grado. Tenemos en sexto grado, con las pausas evaluativas. Tenemos en séptimo grado con las pruebas históricas de finalización de estudios. Tenemos las pruebas nacionales y para nosotros es constante y necesario y hay que seguir trabajando en mejorar el recurso, no solamente en la toma. No solamente en cómo hacemos las preguntas y tomamos las evaluaciones sino también en el uso que hacemos internamente de esos resultados. A nivel diseño de políticas públicas avanzamos mucho en el uso de las métricas, pero nos falta todavía que la escuela se apodere de esa información, se haga cargo de esa información y tome decisiones en ese sentido. Con la fluidez lectora lo estamos logrando, porque en función de las métricas empieza a tener intervenciones específicas, pero nos falta todavía un poquito más de trabajo para que la escuela haga algo, reciba esa información y la transforme. Y sobre todo un gran salto que nos falta es que las familias puedan acceder a esos resultados. La ley nacional hoy lo prohíbe, pero creo que como ciudadanos vamos a crecer y madurar y vamos a elegir y decidir mejor si tenemos información que nos permita tomar decisiones.
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