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Cómo decirle a los hijos que, a veces, está bien estar triste
La muerte de su padre en 2018 fue la primera gran pérdida que la escritora estadounidense Nicole Chung debió afrontar en su vida. La depresión que atravesó casi en soledad fue el resultado de no saber cómo hacer frente a tanto dolor. Es que sintió que debía mantener la compostura y que los hijos necesitaban una madre fuerte.
Relató que sólo lloraba por las noches, después de que los niños se dormían. Nada bien podía salir de semejante acto de supresión de las emociones que debían estar a flor de piel.
Los hijos de Iris Rubaja tenían 12, 8 y 3 años cuando en enero de 2018 Paul, su marido y padre de los pequeños, murió luego de batallar cuatro meses contra un cáncer muy severo.
“Quien soy yo hoy es el resultado de lo que elegí hacer con mi dolor. Durante el primer año no pude hacer nada. Él mantenía la casa, hacía todo y yo tuve que aprender de cero con todas mis resistencias y miedo, pero entendiendo que solo dependía de mí y que debía armarme de coraje. Necesitamos caminar el dolor porque no podemos avanzar si no lo miramos a los ojos. Eso fue lo que me sirvió para atravesarlo sin negarlo, porque el amor también incluye esas heridas del alma”, contó Iris a Infobae en oportunidad de presentar Puente. Un viaje del dolor al amor, su primer libro, que cuenta sobre esa transformación e invita a recorrer con ella el paso a paso de sus emociones y también a abrazar la vida y resignificar la muerte de un ser querido y asumir la propia.
Y siguió: “A todos nos duele algo. Un duelo puede ser una separación, dejar un trabajo, mudarse de país… siempre que algo muere, algo nace. Yo empecé a escribir como alivio, como drenaje para mis emociones. Creé una cuenta de Instagram y allí encontré una inmensa resonancia con mis seguidores; armé una comunidad donde circuló mi mensaje potente, esperanzador, resiliente. Entendí que todo esto merecía un orden y una forma. Todos los días recibo al menos diez mensajes de gente que me pide ayuda para caminar su dolor”.
Según contó Chung en una reciente entrevista, le preocupaba asustar a sus hijos. “Pero la intensidad, la escala y la amplitud de mi tristeza, también me asustó —recordó—. No solo traté de ocultar mi dolor de los demás, a veces me escondía, negándolo o enterrándome en el trabajo, lo que solo empeoraba mi depresión”.
Ella sabía que no estaba bien. Pero fue su madre quien se lo hizo notar de manera enfática y casi que le ordenó que fuera a ver a un especialista. Su médico le recomendó un buen terapeuta, y, de a poco, la mujer empezó a aprender cómo transitar ese duelo sin buscar constantemente excusas para no sentir lo que estaba sintiendo.
Al poco tiempo, en plena pandemia, durante la primavera de 2020 murió su madre. Así, al dolor por la muerte prematura de su padre (a los 67 años, a causa de la diabetes y una enfermedad renal, producto de años de precariedad y falta de acceso a la atención médica) le siguió un diagnóstico de cáncer a su madre menos de un año después, y el desenlace menos deseado.
“La he extrañado y llorado todos los días. Pero esa profunda desesperación que sentí tras la muerte de mi padre ya no estaba en mí —contó—. No volví a sentirme como una extraña en mi propio cuerpo”.
Y continuó: “Ahora, el momento más desesperante que he conocido, los pensamientos más oscuros que he tenido, viven en un libro (Un remedio vivo, publicado en abril) que mi hija de 15 años quiere leer. Cuando ella pregunta, me encuentro vacilando, aunque por lo general es un sí fácil cuando quiere leer mi escritura. Ha visto algunos capítulos de mi nuevo libro, y estoy ansiosa por contarle la historia completa. No porque me sienta avergonzada de haber estado deprimida o de escribir sobre ello. Tampoco porque crea que ella es demasiado joven, demasiado inocente, para entender qué es la depresión. Hemos hablado mucho sobre salud mental, especialmente en los últimos años”.
Lo que a Chung le sucede es que, si bien tiene en claro que su hija no es una niña, por más honesta que se esfuerce por ser con ella sobre la vida, sobre la pérdida, sobre las responsabilidades que cada uno tiene en un mundo lleno de tanto sufrimiento colectivo y personal, sigue siendo su madre. “Siempre tendré ese impulso profundo de protegerla. No quiero que sienta miedo al leer sobre su madre tan abatida. Es un rincón de mi vida del que la excluí conscientemente en ese momento, creyendo que eso era lo que debería hacer un buen padre, y una parte de mí se pregunta si es incorrecto, irresponsable o simplemente demasiado doloroso abrirlo para que lo examine”.
“La crianza de los hijos a menudo requiere que trates de equilibrar el miedo y el amor, la honestidad con la necesidad de protegerlos. Incluso cuando reconozco que ha sucedido algo profundamente doloroso, sé que tengo una tendencia a querer dar un salto adelante, saltar a la comodidad”. Es que, a veces, los padres sienten que deben proteger a los hijos de cosas con las que ellos ya están íntimamente familiarizados.
“¿Cuánto se escribió sobre lo tristes y ansiosos que estaban muchos niños durante ese primer año de pandemia, aislados de sus amigos, con muchos seres queridos en duelo?”, se preguntó la autora, quien en un lapso de dos años perdió, además, a su abuela. “Y esas también fueron pérdidas para mis hijos, sumado a tres años de pandemia”, destacó.
Antes de comenzar a leer su libro con su hija, Chung le advirtió que contiene algunas cosas perturbadoras y habló con ella primero sobre ellas. “Traté de adelantarle el capítulo sobre mi depresión para que no la sorprenda. Le hice saber que podíamos parar para hablar, o dejar de leer por completo, cuando ella quiera. Y que podía preguntarme lo que quiera más allá de lo que estaba escrito si ella quería saber más”, recordó la mujer.
Y para su sorpresa, supo que, a pesar de lo mucho que había tratado de ocultar sus luchas y fantasmas internos en ese momento, por supuesto que su hija estaba al tanto de aquello. “Ella recordaba nuestras conversaciones sobre extrañar a mi padre, además del dolor, la conmoción y el dolor que no pude ocultar por completo —señaló Chung—. También recordaba momentos en los que yo parecía perdida”.
Para la escritora, hablar honestamente sobre esto, así como sobre el dolor que sigue cargando, le permitió tener conversaciones más profundas sobre la salud mental, sobre el trauma, sobre lo que significa tratar de cuidarse y mostrarse amable. “Mi objetivo no es agobiarla con mis experiencias, sino hacerle saber que si alguna vez se siente como yo en ese momento (desesperada, ansiosa, incluso perdida), no es su culpa, y es posible encontrar ayuda y apoyo”, resumió sobre la finalidad de su libro.
Chung se dio cuenta de que “estas son conversaciones buenas y necesarias para tener y seguir teniendo”, aunque admitió que todavía está aprendiendo cómo tenerlas con su hija adolescente. “Ella necesita mi amor y apoyo, y necesita saber que puede contar conmigo para estar ahí para ella, pero entendí que no quiero que aprenda de mí a guardarse las cosas más difíciles, aunque crea que lo hace para proteger a las personas que ama”, se sinceró.
“A veces todavía quiero hacer lo imposible y ocultar las cosas más difíciles de la vida a mis hijos. Creo que cualquiera que cuide niños está familiarizado con el impulso instintivo de protegerlos de algún conocimiento doloroso —concluyó la autora—. Pero nuestros hijos siempre están mirando y escuchando, absorbiendo cosas de las que quizás no nos demos cuenta, viviendo sus propios trastornos y pérdidas. A veces, por mucho que deseemos, no podemos hacer que todo esté bien para ellos, y mucho menos para nosotros mismos. No podemos construirles un refugio seguro e inexpugnable donde nunca tengan que temer, preocuparse o llorar. A veces, lo mejor que podemos hacer es sentarnos junto a ellos en nuestra angustia, nuestro sufrimiento y nuestro amor, y dejar que vean cómo nos sentimos, que nos digan cómo se sienten, hacerles saber que estamos con ellos ahora, incluso si no podemos hacer que todo esté bien”.
Sobre el final, Infobae quiso saber cómo hizo Rubaja para sobreponerse al dolor más grande de su vida teniendo a la vez que estar “entera” para sus chiquitos. “Si mis hijos me ven confiar, tendrán certezas. Si puedo transformar el dolor en amor, tendrán esperanza. Si honro y abrazo el recuerdo de su padre, comprenderán el mensaje. Si me escuchan nombrarlo e invocarlo, aprenderán a llevarlo siempre adentro”, resumió.
Para ella, “es imposible hacerlo por ellos si no se hace primero por uno”. “El ejemplo es la verdadera enseñanza. Si no lo siento, no podré transmitirlo —continuó—. Si me cuido, los cuido. Si abrazo el dolor, ellos se animarán a tocarlo, y más aún a integrarlo. Si hago parte a su papá de nuestros días, será siempre un padre presente, más allá de las dimensiones”.
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