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Mary Grueso, la poeta colombiana que la escritora Chimamanda Ngozi Adichie recomienda leer
Durante su intervención en la edición 35 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en conversación con la periodista colombiana Claudia Morales, entre los muchos temas que abordó, hizo una mención especial al trabajo que ha venido haciendo con el paso de los años la poeta Mary Grueso.
La nacida en 1947 en el Corregimiento de Chuare Napi, en Guapi, del departamento colombiano del Cauca, es una de las voces más relevantes de la literatura afrocolombiana contemporánea.
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Formada como licenciada en español y literatura afrocolombiana por la Universidad del Quindío, y especializada en enseñanza de la literatura, además de poeta, Grueso es narradora oral y cuentista. Ha escrito varios libros para niños y su labor social, que lleva a cabo desde Buenaventura, en el Valle del Cauca, en donde está radicada desde hace varios años, le ha permitido socializar con adultos, jóvenes y niños la importancia de la representación afro en la sociedad, así como el orgullo por la raza.
Descendiente de esclavos, con su obra, Mary Grueso retrata la verdad oculta tras el racismo y presenta a los lectores una poética cimentada en las preguntas, en las inquietudes con respecto a asuntos como la identidad, la feminidad y el color de piel.
“¿Que de dónde soy? Me preguntan muchas veces. Soy una mujer negra del Pacífico colombiano, donde muchos ríos descienden cantarines, se anudan al mar con dulzura a beber agua salobre de sus entrañas, donde los peces viajan insistentes en su memoria y los alcatraces pescan esperanzas”, reza uno de sus versos más célebres.
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Su primer libro, según registros, fue publicado en 1997. Titulado “El otro yo que sí soy yo, poemas de amor y mar”, da cuenta de una poesía bastante personal y melancólica. Surgido, según se cree, de la experiencia de haber visto morir a su esposo, este poemario es la puerta de entrada de la autora a la literatura colombiana. Si bien no recibió atención mediática, consiguió llamar la atención de académicos y poetas.
Ya desde antes Mary Grueso venía escribiendo. Al inicio de la década de los 90, encontró en la poesía la posibilidad más certera para purgar sus dolores. Recogió varios de sus versos iniciáticos en un poemario titulado “El mar y tú”, que si bien fue terminado en 1991 no vio la luz sino hasta el año 2003.
En esta obra la autora comienza a revivir la figura de Moisés Zúñiga, su fallecido esposo. Aquí lo llora, lo revive a través de la poesía. “Oigo tu nombre por todas partes/y el olvido no acude a mí/mi corazón sangra al oír tu nombre/implorando al cielo qué hacer sin ti.”
Conforme pasa el tiempo, su poesía va adquiriendo matices muy propios de la oralidad, aquella del litoral Pacífico en el que ha crecido, en donde su universo literario se ha formado. Su poesía lleva al lector de regreso al pasado y a entender lo que puede deparar el futuro, no perdiendo de vista la lucha por la libertad y el deseo de renacimiento de la comunidad afro.
Es a través de su cultura que la obra de Mary Grueso gana relevancia. Gracias a las luchas de sus ancestros africanos, a las injusticias que se ocultan tras la experiencia histórica del pueblo afrodescendiente. La suya es una deconstrucción del color, de la piel, a través de la poesía.
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Con detalle y emoción, los versos de esta poeta colombiana llaman la atención sobre la raza negra como comunidad, alzando la voz frente a aquellos episodios desafortunados que históricamente han tenido que enfrentar a causa del racismo.
En otro de sus libros, “Negra soy”, publicado en el 2008, la autora se cuestiona frente a estos hechos. “¿Por qué me dicen morena?/si moreno no es color/yo tengo una raza que es negra,/y negra me hizo Dios./Y otros arreglan el cuento/diciéndome de color/dizque pa’ endulzame la cosa/y que no me ofenda yo.”
Mary Grueso reconstruye la historia de su vida y la de su raza a través de la fuerza de su voz poética. Fuerza que no es grito, ni improperio, pero sí un llamado, una afrenta. Eso que todos nos hemos resistido a escuchar, frente a lo que reconocemos, mirando de reojo, que está mal. Ser negro no es un pecado o un castigo, así como ser blancos no nos hace divinos.
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